Hace ochos años en el dos mil once, yo completé mi comunión. De regalo, mi abuelo me dió una pulsera religiosa. La pulsera lleva conexiones a mi religión. Cuando la tengo puesta me da memorias de cuando era niña. Cuando era niña yo iba para la iglesia cada sábado. Ahora que he crecido yo no asisto a la iglesia. Pero la pulsera me hace sentir cerca y conectada a mi religión. También me hace sentir menos culpable que no voy a la iglesia tanto como solía. La pulsera me asegura de mi protección y me recuerda que Dios siempre está conmigo. Sabiendo que ya no voy a la iglesia la presencia de la pulsera me llena de información de mi familia. Mi mamá y mi abuela son muy religiosas. Ellas siempre me han enseñado la importancia de mi religión. Cuando era niña nunca me interesaba ir a la iglesia, siempre fue aburrida para mi. Cuando escucho mi mamá decir las palabras de Dios, reconozco la importancia de mi religión. Juega una gran parte en mi vida. Mucha gente no sabe esta parte de mi vida, mi religión es algo parte de mi que yo no confieso. Es algo sentimental entre mi familia. En esos ocho años, yo nunca me he quitado mi pulsera y nunca lo haré. Puede que mi pulsera no sea la más brillante o la más bonita, pero su valor para mi es más que eso. 

– NL

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